Nace en 1950 en Eldorado Misiones,Argentina.
Estudia arte y arquitectura en Buenos Aires. A los 19 realiza su primer exposición en la Galería Lirolay de esa ciudad.
En 1972 continúa becado sus estudios en Alemania. Permanece en ese país donde desarrolla su producción artística en el campo de la plástica y la arquitectura hasta 1991, año en el que se traslada a Palma de Mallorca.
Como arquitecto se especializó en la rehabilitación, obteniendo el prestigioso Premio Ciudad de Palma en el año 1999 por la restauración de un palacio del siglo XVI
Desde el 2003 se dedica exclusivamente a la pintura y en el año 2006 se radica definitivamente en Argentina.
Sumando una larga serie de azarosos procesos, Zagert hace advenir visiones de las que el propio artista es el primer sorprendido; después de ejercer una poderosa atención flotante en el intenso diálogo que mantiene con las incitaciones y sugerencias que van proponiendo las formas, logra al fin no desbaratar las obras. Si sus técnicas por momentos pueden hacernos pensar en los ¨fortuitos encuentros¨ que propicia el surrealismo, la poética del artista la inscribe en otro registro: trasfondo geológico donde tierra, mundo y paisaje son fragmentarias apariciones que se entrelazan vertiginosamente como vocablos de disímiles discursos. En la variedad de las formas convocadas se produce un frondoso laberinto de relaciones donde confluye una pluralidad de puntos de vista. Se trata de un territorio propio cargado de ramificaciones; pues los procedimientos empleados por el artista hacen del plano el receptáculo de sus provocaciones-investigaciones que concatenan, atan, exploran conexiones, anudan partículas, para desencadenar, al fin, un mundo orgánico-inorgánico que se nos presenta no con las apariencias habituales, sino como un insospechado trayecto desde su materia hacia el corazón de nuestro mundo.
El itinerario al que la obra de Rodolfo Zagert convoca resulta una experiencia inusitada. Sus pasos van y vienen en un periplo de texturas y hallazgos cromáticos que sumergen al observador en una dimensión donde nada fluye porque sí. Es posible que el propio artista no sea del todo consciente de los alcances, más allá de la elaboración racional de sus composiciones. Hay un terreno donde el hacedor pierde el registro para transformarse en un mediador entre el inconsciente y la acción de plasmar su arte.
Zagert viene del mundo de la razón pero, no obstante, ha ido desarrollando a lo largo del tiempo un generoso ejercicio que lo ha llevado al vuelo libre. Ese vuelo libre es, tal vez, el que permite descubrir, no sin asombro, los múltiples infinitos por los que ha buceado a lo largo del tiempo hasta llegar al actual continente de su pintura.
Superficies donde confluyen geografías de tierra, arena y minerales parecen invitar a caminatas cautivantes en medio del silencio lunar, o a flotar en el vacuum infinito para continuar un rumbo sosegado rodeado de destellos lejanos e inaccesibles.
Con el hombre como el centro, el artista desarrolla una fascinante cosmovisión de su fugacidad.
La abstracción libre, de larga y fecunda presencia en nuestra plástica, tiene en Rodolfo Zagert una voz distinta, personalísima. Lo primero que llama la atención en su más reciente producción es la cualidad poética de sus lienzos, un estado de gracia que se impone por sobre toda consideración técnica y formal. Digamos, antes que nada, que Zagert vivió fuera del país casi cuatro décadas y ha vuelto, para radicarse definitivamente, hace apenas unos pocos años. También que sus intereses pictóricos son diversos y sumamente eclécticos, por lo que puede pasar de la figuración a la abstracción casi sin transición. Pero donde se siente más cómodo, donde es más él, es en ese universo en el que el lienzo se representa a sí mismo en un juego de sutiles armonías cromáticas.
En la pura abstracción. Ya sea en el soporte de la tela o empleando láminas traslúcidas, las tenues tonalidades parecen expandirse fuera del marco, perderse en el espacio, fundirse en un todo más allá de su condición fáctica, la de su propia materia plástica. Por sobre ese fondo, trabajosamente elaborado, Zagert a veces coloca pequeños retazos de formas netas y contrastantes. Y a veces, no siempre, un detalle figurativo, mínimo, como una suerte de intrusión, de intervención alienígena: unas manos entrelazadas, alguna imperceptible figura humana perdida en el ordenado caos de la tela. Esos elementos, casi flotantes, no son azarosos: tensionan la estructura compositiva y actúan como ideogramas que otorgan al lienzo una densidad insospechada y la apenas insinuada cualidad de un mensaje.
Una de sus pinturas es el imaginado “Instante posterior al Big Bang”. El título aclara: “fragmento”*. Es, en efecto, una sinécdoque: la parte que representa el todo. Pero,¿cómo hacer un recorte del infinito sin que éste, a su vez, sea otro infinito? Eterno conflicto de la pintura con su propia naturaleza. El cuadro, como límite, es el desafío del arte y del artista: un territorio donde Rodolfo Zagert se interna para buscar otros mundos, que son los que habitan en él.
Contemplar sin prisa las pinturas de Rodolfo Zagert despierta una rara e inquietante sensación, una mezcla de vértigo y placer.
En sus obras, llenas de un misterioso magnetismo visual, la ambigüedad suele convertirse en una constante: hay armonía y quietud, pero a la vez, caos y movimiento.
Hay aceptación de normas de orden plástico, pero también reiterada transgresión. Hay elementos aparentemente figurativos, pero paradójicamente son a la vez puramente abstractos. La profundidad de muchas de sus abstracciones parece tutearse con el infinito. Algunas de ellas incluso sugieren visiones cósmicas, a punto tal, que determinadas manchas, ricas en textura y cromatismo y bien diferenciadas del contexto, pueden llegar a leerse como meteoritos.
Zagert no muestra titubeos a la hora de expresarse. Conoce el lenguaje plástico a fondo y domina técnicas muy particulares. Sabe entreverarlas y potenciarlas con maestría, para llegar a un originalísimo resultado final, un verdadero regalo para el observador sensible.
La cualidad que particulariza las obras de Rodolfo Zagert no es su gran tamaño, sino la espesa y densa carga matérica con la que fueron realizadas. Tierra, arena, minerales y acrílico se esparcen por las telas de manera informe, generando veladuras e intersticios que provocan la curiosidad e impulsan a adentrarse en ellas y explorarlas. En algunas, huellas espectrales contrastan con la abstracción que envuelve las telas.
Explorar y adentrarse son los términos para hablar de los “paisajes” que el fluir del artista creó. No es casual que las obras a veces se titulan con el “lugar” o del “momento que hizo posible al lugar” que cada una evoca. Así los títulos y la presencia (o ausencia) de huellas, determinan entornos que dan cuenta de lo social, antropológico y científico de los mundos que habitan el inconsciente humano. Mundos que Zagert logra concienciar plasmándolos sobre las telas.
Como si abandonar la racionalidad y dejarse llevar a la deriva se hiciera eco de las palabras de Georges Bataille: “El proyecto es la prisión de la cual quiero escapar”.
La sensación de un espacio vacío, sin referencias, es lo primero que llama la atención en sus obras de texturas exquisitas. Sensiblemente elaboradas sus telas revelan un entusiasmo singular por la materia.
Rodolfo Zagert emplea la técnica mixta, ya sea sobre tela, ya sea sobre papel. En ambos soportes evidencia su destreza, un empleo ajustado del color, que esfuma o acentúa según convenga, apelando a una sabia dosificación que evita los transitados caminos de lo abstracto. Zagert conjura el riesgo de caer en ello utilizando el collage, que maneja con soltura y delicadeza. Eso le permite hacer menciones figurativas que mueven a la reflexión. Salva, así, una natural tendencia al esteticismo pues, como dice Cándido Ballester, “su obra alcanza resonancias éticas”.
Las obras de Zagert están realizadas con técnicas mixtas sobre diversos soportes. En sus imágenes predomina la abstracción sensible con algún que otro collage o algunas figuras humanas pequeñas.
Los que muchos intentan entre estilos afines, sin lograr resultados demasiado felices, por lo repetitivo y por momentos aburridos, Rodolfo Zagert lo alcanza airosamente transmitiéndonos climas de alta tensión poética.
Lo dicho queda corroborado por el bautismo de sus cuadros, tan sugestivos como sus pinturas o equivalentes parecidos de Klee, que no por casualidad, aunque era suizo, se instaló en Alemania.
Zagert no cae en fórmulas fáciles; en cada instancia sentimos estar frente a una vivencia distinta, cuyos originales resultados nos invitan a gozar de ese inagotable espectáculo que es la obra de arte visual. Dicho en otras palabras, Zagert es un artista y por ende transfigura la materia inerte en materia que vibra con el toque mágico de la vida, a partir de cuya reflexión deberemos dar a la palabra materia un significado de algo imbuido de espiritualidad. Es un raro placer recorrer su exposición.
Cuando a uno le ponen enfrente las obras de Rodolfo Zagert, inevitablemente uno tiene la sensación de que ha recibido un puñetazo en la mandíbula. Como sucede en literatura con algunos cuentos de Hemingway o Bukowski, el arte de Zagert no vence por puntos sino por nocaut. Sus obras nos muestran un mundo de criaturas que se parecen a las de Sábato o Soriano, siempre en raros equilibrios.
Con estos materiales – y un revoltijo interior que imagino en indetenible efervescencia – Zagert dibuja y pinta obras de una sugestiva, conmovedora belleza.
El trabajo de este misionero transplantado a Europa me parece inusualmente cautivante y original.
La obra de Zagert nos llega como un regalo, casi emocionándonos con su frescura, con su sensible lenguaje, conquistándonos con esa creíble vocación de un arquitecto-pintor que nos contagia un agudo sentido del humor. Pero también con una excelente capacidad en la construcción, y destrucción, del espacio ilusorio, en la texturación del lienzo – un fragmento de paisaje tratado con gran sensibilidad pictórica -.
Dignas de destacar son sus más luminosas telas, pedazos de cielo o de arena, geografías ora celestes ora terrenas, por cuyos territorios la mirada del artista planea.
Una mirada “alzada”, una visión privilegiada la de Zagert, en una personal travesía por un espacio de cultura, que desafiando nuestras “preconcebidas divagaciones”, nos despista, sorpresa tras sorpresa, en su versatilidad, en el descubrimiento de una muy peculiar forma de asomarse al mundo desde ventanas insospechadas.
Siendo el arte el más hermoso de los testimonios, la obra de Rodolfo Zagert es un profundo e inquietante desarrollo referido al hombre. Una suerte de cosmovisión de su fugacidad. En ella el ser humano deviene símbolo, porque arquetipos prometeicos son las figuras que se aíslan, abrumadas por un espacio sin referencias, en los lienzos de este artista.
El tratamiento táctil, el uso tonal de una paleta de colores bajos, ocres y tierras, bermellones y azules agrisados, conforman texturas de densas calidades plásticas, inmersas en las cuales se sumerge el hombre en una geografía inhóspita en cuyos cielos no hay constelaciones que admirar ni horizontes que transponer. Esta visión desolada se acerca a la certidumbre de la imposibilidad. Aunque el artista intuya que el conocimiento esencial existe porque el universo no puede ser solo reflejo de sí mismo, como hombre se siente poseído por la duda existencial que ninguna esfinge desvela. La del conocimiento pleno. “Nuestras miradas – dice el biólogo Laborit – vuelven a caer sobre el limitado horizonte terrestre que nos rodea. Imaginamos, entonces, nuestro globo errando y girando en el espacio e intentamos tranquilizarnos con la presencia del olivo cuyas hojas tiemblan en el aire nocturno, con el murmullo de la ciudad que trabaja y sueña y sufre a nuestros pies; con la presencia de nuestros hermanos, de nuestra especie encerrada en la misma nave cósmica, lo que parece no preocuparnos en demasía. Nos sentimos reconfortados por la hormigueante vida que nos rodea”. Rodolfo Zagert intuye algo semejante y el desarrollo de su obra es como el mensaje que el náufrago pone en la botella que luego arrojará al mar. Mensaje de amor a la vida. Porque la nostalgia de la luz, en el artista, es una revelación iluminante. Obra a modo del Faro de Capdepera. Horada tinieblas y descubre arrecifes.
He aquí, entonces, el fruto germinal que brota en la contemplación de la obra de arte. Establece puentes que son diálogos, enseña a meditar, descubre ese camino que conduce hasta la Ciudad de la Vida que soñara Berenson admirando la Florencia del Renacimiento. La historia del arte no es otra cosa que la construcción de tramos de ese camino que parte de la emoción creadora y, atravesando territorios fragorosos, lleva al artista, o sea al Hombre, hacia los arrabales deseados. Y es esa lúcida percepción iluminadora la que irradia en la obra de Rodolfo Zagert. De ninguna manera esos cuadros, esos lienzos amorosamente construidos, obran a modo de calmantes o analgésicos. Su manifestación es más profunda y, por ello, inquietante. Llega al espectador a través de un silencio lleno de resonancias que ha ido elaborando Zagert en la soledad de su taller. Y ese silencio lleno de resonancias es el discurso sensible del artista en su apasionada defensa de la luz. Testigo de la carne, al decir de Camús: “está del lado de la vida, no de la muerte”. En el mundo de condena a muerte que es el nuestro, el artista – Rodolfo Zagert en este caso –“mantiene el testimonio de aquello que rehúsa morir en el hombre. Enemigo de nadie, excepto del verdugo. Singular vocación dialogante que crea para él y desde él la más abrumadora de las fraternidades. Dícenle al artista: mira el estado miserable del mundo. Que estás haciendo por él? A este cínico chantaje responde el artista: nada estoy agregando a ello. Quién de ustedes puede decir lo mismo?”
He aquí las reflexiones que generan en mí los cuadros de Rodolfo Zagert. Como en un ritual el creador dialoga con el espectador, a través de su obra. Su obrar, su bien hacer, alcanza entonces resonancias éticas. Acaba por dejar atrás el territorio de la solitariedad, emigra de las ciudades habitadas por el recelo. Marcha hacia la luz.
Zagert gobierna sobre todo el uso de la fuerza creativa, la combinación de estilos diversos que van desde lo figurativo hasta el abstraccionismo, la apropiación de motivos pertenecientes a la historia del arte y a la innovación en los procedimientos del trabajo.
La obra de Zagert revela una fragmentación de lo cotidiano que se abre hacia una configuración reflexiva de todo lo humano.
En ella no hay agua, no hay fuego, no hay tierra, no hay viento, pero todos los elementos están ahí. Su abstraccionismo tiene la virtud de la inclusión, tal vez por el fuerte diálogo que mantiene con la materia. Esas materias no tienen forma ni de animales ni de hombres, sin embargo, parecieran nombrarlos de algún modo. ¿Es un lenguaje de ausencia? Esas materias que parecen volar, materias desprendidas que se adhieren a nuestra memoria, activan los trazos truncos de una identidad que pugna entre la naturaleza y la tecnología, entre lo habitado y lo deshabitado.
Los diversos materiales que utiliza Zagert y la innovación de los procedimientos confirman esta tensión. Sus pinturas son el resultado de la madurez de un espíritu incansable. En ella se reúne unos cuarenta años de experiencia, donde confluyen su dedicación a la arquitectura, su etapa collage, sus alternancias figurativas y no figurativas, sus largas estadías en Alemania y España, y ahora el regreso a su país. Una órbita que conforma el universo Zagert.
Su obra es variada en temas y firme en la búsqueda de incertidumbres que tras “shockear”, generalmente despejan. Sin embargo bien puede pensarse que Rodolfo Zagert, artista calificado de ecléctico, crea formas de desplazamientos. Siempre desplazamientos, y siempre frescos.
No solo por sus travesías decimos que Zagert trabaja sobre desplazamientos. Tampoco porque se trate de un creador nacido en la provincia argentina de Misiones, formado en arte y arquitectura en Buenos Aires, becado en Alemania y residente, allí y en Palma de Mallorca, durante más de tres décadas. La razón central es otra.
Aunque la abstracción libre ha sido el lenguaje principal de Zagert, sus trabajos señalan que no teme recurrir a la figuración cuando lo reclaman las experiencias que proponen cada una de sus telas. Las piezas también indican que Zagert no esquiva el desafío de llevar a pasear nuestra mirada entre formas, colores y texturas desafiantes, imposibles de esquivar, para instalar sensaciones e ideas vívidas y diversas. Sus creaciones apuntan a que estamos, en resumen ante un artista que nos lleva de la nariz – con más fuerza que de la mano -, a veces curiosos, otras hipnotizados, por atmósferas de lo más extrañas a través de retazos abstractos, detalles figurativos, juegos de armonías cromáticas, una y otra vez, ida y vuelta. Véanse con atención sus obras, esos espacios ásperos como piedra, rocosos como un planeta, y a su alrededor fragmentos coloridos como huellas de un estallido, como alas, como una propuesta de luces abierta. Un caos fértil, digno de ser desentrañado.
Suele haber un gran equilibrio en las pinturas de Rodolfo Zagert. Elementos flotantes, una especie de aerolitos que parecen sueltos y resueltos al azar, siempre terminan equilibrando el caos provocado por los colores y las formas aleatorias de lo abstracto. Ese azar aporta texturas, riquezas, hallazgos sorprendentes en la conformación de las pinturas, en la calidad del color incluso. Zagert tiende al orden, al equilibrio, a la belleza que surge de la simetría, muy antigua y siempre actual. El azar, uno de los mejores amigos de un pintor que tire a lo abstracto (o de cualquier artista contemporáneo, sea cual sea su campo, en realidad), nunca termina de serlo por completo. Uno deja que las cosas pasen, sí, pero luego tiende a ordenarlas. Y es ese orden lo que determina si un cuadro abstracto es bueno o no, potente o no. Si el azar marca el camino, la potencialidad de la obra, el orden o el equilibrio marca su punto de llegada. Ese punto desde donde empieza el espectador a mirar, con lo cual la mirada sobre una obra abstracta siempre es retrospectiva. El poeta James Schuyler, que fue secretario durante un tiempo de W.H. Auden, llegó a detestar a su maestro porque decía que este nunca llegó a desarrollar un criterio autocrítico, la verdadera marca de un artista. Ese orden del que hablo aquí, depende precisamente del criterio del pintor. El talento se tiene, el criterio se desarrolla. Y es a partir de ese criterio que el artista entra en conversación, a través de sus obras, con el espectador y, por ende, con la sociedad que lo rodea.
Zagert vivió quince años en Mallorca, tiempo más que suficiente para que los colores fuertes del Mediterráneo entraran con claridad en su obra. Los tonos de los veinte años previos, cuando vivió en Alemania, son más tenues. Ahora, con el tiempo que lleva de vuelta en Buenos Aires, los colores han llegado a una paleta intermedia. Siguen estando los azules inconfundibles, los rojos fuertes, los ocres incendiados, pero también están entrando en sus cuadros tonos más suaves, como de Buenos Aires cuando llueve. Esta apertura a lo circundante es la mitad de la sensibilidad, la otra es la apertura a lo interior, que como insistían los expresionistas abstractos, siempre ha sido el tema de sus cuadros. La analogía entre lo exterior y lo interior, que con Zagert se da por esa sensibilidad hacia los colores de su entorno, es un buen camino expresivo, una buena forma de poner en contacto lo de dentro y lo de fuera. El artista abierto a lo que lo rodea tiene que dejarse llevar por lo que el medioambiente en el que vive le hace no solo a su retina, sino también a su manera de entender las formas pictóricas: es la proyección en un objeto de lo que a uno le sucede.
No son pocos los cuadros porteños de Zagert que incluyen algún elemento de insularidad, la influencia que queda todavía de la vida en las Baleares. Una de las cosas que no dejan de sucederle a uno es el recuerdo. Lo vivido nos sigue sucediendo. Eso está claro en las pinturas que tienen esa leve referencia a las islas o que traen de nuevo el color intenso que las rodea.
El equilibrio en la pintura consiste en mantener a la vez que varias cosas son verdaderas, aunque se contradigan. Y más en lo abstracto, cuando distintos tipos de elementos se encuentran sobre un mismo plano bidimensional, que incluso puede aportar la ilusión de una perspectiva, por raro que parezca en la abstracción, tan obsesionada siempre con la bidimensionalidad. La obra de Zagert tiene eso de especial: esa apertura, dada tanto por los colores como por las formas y la manera que tiene de aportarles un orden, una inteligibilidad que parte de lo emocional, pero entraña, a fin de cuentas, esa narración que uno se hace a sí mismo - a partir del cuadro – al intentar comprenderlo y añadirlo a la propia experiencia. Enfrentarse a estas pinturas implica eso, vivir con ellas, ya sea por un momento o por años, y contarse a uno mismo los sentimientos y las historias que surgen de la superficie arrugada, texturizada y, sobre todo, de la intensidad de los colores, sean los más vivos o los más tenues. En el arte abstracto – tal como nos ha llegado – la intensidad lo es todo.